Volver a la principal
La fuerza de tu abrazo

La frase final, la pronunció Juan con una sonrisa en los labios. Patricia sintió como el estomago le daba un vuelco. A ella no le sonreía así.

- Supongo que esa mujer no vendrá a mi casa, Juan.

- Supones mal, no se porque piensas eso, Patricia. Y dentro de unas horas será nuestra casa. Es persona de mi confianza y vivirá aquí.

- ¡Esto es demasiado! ¡Primero casarnos de esta manera, después alguien intenta matarme y traes a tu amante a mi casa! ¡Es mi casa y no quiero que venga aquí, nunca!

Juan Acosta entrecerró los parpados.

- ¿De que manera querías casarte, Patricia?

- Por amor. Yo quería casarme por amor...

- El amor no existe, corazón. El amor existe en los libros, es locura de poetas y sueño de mujeres, Patricia. Escucha, en la carta que me dejó mi padre me dice que en cinco años podemos separarnos. Lo haremos, pasado ese tiempo cada uno seguirá su camino. Hasta entonces seamos civilizados, seamos amigos al menos.

- Amigos... Juan, los hombres de ayer ¿que querían? A poco me matan.

- Las tierras, Patricia. Las tierras, estoy empezando a comprender el motivo de esta boda. Los dos nos protegemos mutuamente. Alguien habla de bolsas de gas enormes en estas tierras, alguien está comprando toda la tierra que puede. Si tienes una cantidad inferior a cierta cifra puede que el gobierno nos obligase a vender. Uniendo los fundos somos fuertes, eso puede ser el motivo de todo. Escúchame, Patricia. Hemos comenzado mal todo esto. Te prometo que no te obligaré a nada. Tan sólo te pido que me ayudes con el trabajo durante un tiempo, después vete a Santiago o a donde quieras. Sólo un tiempo juntos, Patricia y saldremos del embrollo.

Patricia sentía ganas de llorar, ya no le importaban la tierra ni el fundo. Se estaba empezando a sentir dependiente de Juan Acosta y no le gustaba; se estaba enamorando de él y a su futuro marido tan sólo le preocupaban las tierras.


<< Principal